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Por qué la reforma laboral puede ser lo más interesante de una campaña electoral sin ideas

Por qué la reforma laboral puede ser lo más interesante de una campaña electoral sin ideas

04.09.2021      09:15| OPINIÓN. La Argentina tiene un problema con el trabajo. Y no se da cuenta. Es como con los alcohólicos: no pueden ni empezar a curarse si no toman conciencia de su problema de adicción.


Hace una década que el sector privado no crea un saldo positivo de nuevos puestos de trabajo. Ya la mayoría de los trabajadores está en la informalidad o son cuentapropistas. Y casi la mitad de los que están en blanco trabaja para el estado.

 

Para peor: de tan poco empleo que hay, la proporción de argentinos que trabajan -o por lo menos intentan hacerlo- es cada vez menor: con 46 por ciento (del cual el diez por ciento está desocupado), el país se aleja cada vez más de las naciones desarrolladas que tienen a la mayor parte de su población trabajando o intentando hacerlo.

 

La Argentina debería tener al 60 por ciento de su población trabajando


Hoy apenas el diez por ciento de la población de la Argentina está empleada en el sector privado y en blanco: sobre ese porcentaje, recae todo el peso de sostener al Estado con todos sus empleos públicos, los jubilados, los receptores de planes y todo tipo de asistencia social. Y, de paso, deben alimentar a sus familias.


Es evidente que algo no cierra. El problema del trabajo es el origen de todos los males de la Argentina: el Estado se convirtió en el único empleador, y como el sector privado es cada vez más chico, recauda cada vez menos y solo le queda endeudarse hasta que le dejan de prestar y, cuando ya no hay más recursos, solo queda imprimir billetes sin respaldo.


Queda claro que hay que arreglar el problema del trabajo antes de poder resolver la inflación crónica argentina, que le gana incluso a Venezuela en cumplir una generación completa (20 años) sin que se la pueda parar, como lo hizo el 99 por ciento de los países del mundo.

 

En esas estamos. Hasta que arrancó la campaña electoral por las PASO 2021.

 

El problema del trabajo es el origen de todos los males de la Argentina: el Estado se convirtió en el único empleador.

El primero en animarse a tocar el “tabú” de una reforma laboral en la campaña fue, justamente, el peronista Florencio Randazzo, que se presenta como candidato a diputado independiente y no kirchnerista por la provincia de Buenos Aires con la prestigiosa empresaria Carolina Castro.

 

Los siguió el economista y periodista Martín Tetaz, que va como segundo de la lista de precandidatos por Juntos por el Cambio en la Capital que encabeza la ex gobernadora bonaerense María Eugenia Vidal. Se le sumó su rival en la interna, el economista liberal y ex ministro Ricardo López Murphy.

 

Si se enterara Jaime Durán Barba allá en Ecuador que en la Argentina hay candidatos ofreciendo ¡una reforma laboral como promesa electoral! los bocharía a todos: el gurú ecuatoriano que ayudó a Mauricio Macri a llegar a la presidencia sostiene en su filosofía de marketing político que “no se puede proponer nada que la gente interprete como ajuste”, y mucho, mucho menos en campaña electoral.

 

Pero Durán Barba también fue el consultor que fracasó con su estrategia de gradualismo que impedía que Macri confrontara a los argentinos de entrada con la dura realidad de que sin reformas estructurales urgentes, el país no saldría de su laberinto económico, y su cliente no conseguiría su reelección. Y la más importante de esas reformas era, justamente, la laboral.

 

Un fracaso sistemático


Es comprensible: todos los intentos de reforma laboral en la Argentina fracasaron ante la férrea oposición del peronismo y los sindicatos, aunque también muchas provincias le escapan a una reforma laboral como al diablo.

 

El gobierno de Fernando De la Rúa se vino abajo a los dos años, luego de que intentara imponer una reforma laboral mediante la tristemente célebre “Banelco” en el Senado.


No es fácil que una reforma laboral prospere así nomás en la Cámara Alta, que representa directamente a las provincias: en varias de esas provincias los gobiernos mantienen su poder porque son prácticamente los únicos empleadores. El que controla el empleo, controla al final el voto. El empleo privado sería una competencia no muy deseada.

 

El vicepresidente Carlos “Chacho” Alvarez renunció ante el escándalo, y el debilitado De la Rúa terminó renunciando ante el peso de las protestas por su crisis económica.

 

El propio Mauricio Macri lo intentó dos veces sin éxito. De entrada, probó con una muy inteligente ley de Empleo Joven, que alentaba a las empresas a dar el primer empleo: eso apuntaba a resolver la faceta más grave del desempleo en la Argentina, que es la desocupación juvenil, que tiene a la mitad de los jóvenes en la calle y sin perspectivas de futuro. La mayoría peronista en el Congreso se la bochó sin miramientos.

 

El que controla el empleo, controla al final el voto. El empleo privado sería una competencia no muy deseada.

 

¿Cómo pudo ser tan cruel el peronismo con los jóvenes? Muy simple: nadie se enteró del proyecto. Macri, oyendo los consejos de su gurú, lo llevó en silencio, en puntas de pie, en secreto. Ni los medios se enteraron por aquel entonces hasta que el peronismo lo rechazó.

 

El peronismo pescó inmediatamente que esa ley podía ser exitosa en generar empleo joven en grandes cantidades y que ese éxito podía convertirse en el preámbulo de una reforma laboral posterior más amplia. El cálculo era obvio: si Macri tenía éxito con una reforma laboral, ¿quién sacaba del gobierno a Cambiemos?

 

Por su parte, el gobierno de Macri creyó que, en silencio, la ley podría, en una de esas, pasar inadvertida. Eso no sucedió. Pero, por lo menos, el gobierno de Cambiemos quedó conforme con el premio consuelo de que tampoco nadie se llegó a enterar de esa inicial derrota parlamentaria.
 

Luego, después del triunfo electoral de las elecciones de medio término de 2017 el gobierno de Macri intentó ir por una flexibilización laboral más amplia y, esta vez, también discretamente, intentó convencer a quienes no se iban a dejar convencer nunca: los propios sindicalistas.

 

Cuando parecía que la CGT iba a aceptar algunas pocas de las cláusulas que proponía Macri, el peronismo en el Congreso fue muy claro: no hubo reforma laboral. Fue un fracaso silencioso, porque el tema tampoco se debatió demasiado.

 

Y ahí estuvo el error: el de la reforma laboral, por el solo peso de sus argumentos y de la desastrosa situación económica de la Argentina, es un debate que solo se puede ganar. Solo tiene una condición: el debate hay que darlo y en todos los frentes. Era necesario instalar el tema y explicar el problema.

 

Parafraseando a Durán Barba, había que demostrar que “ajuste” es justamente no tener trabajo y no poder resolver el problema inflacionario.

 

Además: nunca se explicó siquiera que una reforma laboral no le quitaría derechos ni conquistas sociales a ningún trabajador de la élite afortunada de la Argentina que hoy goza de empleo formal y en blanco: la ley valdría para acercar al mundo del trabajo formal a las grandes mayorías que hoy están en la calle, son cuentapropistas, trabajan en negro o viven de planes sociales.

 

Un debate apasionante
 

El de la reforma laboral es un debate más fácil de ganar de lo que parece ante la violenta resistencia de buena parte de la política y los sindicatos.

 

Incluso hoy el tema se aborda con miedo. Randazzo empezó hablando de reforma laboral y al poco tiempo rebautizó su propuesta -por las dudas- como “inclusión laboral”. Es un eufemismo, pero muestra el temor que hay de nombrar al diablo por su nombre.

 

¿Si el debate se gana en cualquier set de TV o en cualquier mesa de café, por qué no se da?

 

De la Rúa y Macri fracasaron por el mismo motivo: un error de concepción de cómo usar la comunicación desde el gobierno.

 

No entendieron que el peronismo y los sindicatos aprovechan los prejuicios que ellos mismos instalaron para rechazar sus propuestas, y que, si el debate lo ganaban en la opinión pública, el “peso de las encuestas” iba a ser mucho más fuerte que los “porotos” en el Congreso.

 

Nadie está en mejores condiciones para encarar una reforma laboral que un gobierno peronista.

 

¿Quién podía abiertamente rechazar una ley de empleo joven, como la que propuso Macri, si la idea era sacar a los jóvenes de la droga, la delincuencia, el hambre y darles trabajo y formación para el futuro? Imposible. Pero le faltó instalación.

 

¿Qué cambió de entonces a hoy para que Randazzo, Tetaz y López Murphy se animen a ofrecer reformas laborales como promesas de campaña?

 

Además de que la pobreza en la Argentina se viene agravando de manera alarmante, durante la pandemia hubo dos lecciones muy importantes que llevaron a muchos políticos a entender mejor a la opinión pública que antes: la presencialidad en las escuelas y las vacunas de Estados Unidos.

 

Los chats de “mamis” y los debates televisivos con cifras y datos concretos en la mano les torcieron el brazo a los gobiernos de la nación y la provincia de Buenos Aires que prácticamente no querían abrir nunca más las escuelas. Sucumbieron ante el debate.
 

Lo mismo sucedió con las vacunas de Estados Unidos: el debate se ganó al punto que el presidente Alberto Fernández tuvo que contradecir a sus diputados y senadores firmando un decreto para anular la virtual prohibición de admitir en la Argentina vacunas desarrolladas por laboratorios estadounidenses.

 

Esos dos acontecimientos fueron verdaderas “diplomaturas” en comunicación social para una oposición que no creía que, por más dura que sea la verdad, los debates se pueden ganar aun no teniendo mayorías en el Congreso. La condición es dar el debate.
 

De hecho nadie está en mejores condiciones para encarar una reforma laboral que un gobierno peronista.

 

De Alemania, por ejemplo, el mundo admira el rotundo éxito económico de los 16 años de Angela Merkel, que aun en pandemia, se retira dejando un país con el desempleo más bajo de Europa.

 

Pero casi todos olvidan que buena parte de su éxito se debe a la profunda reforma del sistema laboral y social que hizo 20 años atrás la socialdemocracia del primer ministro Gerhard Schröder, que tuvo la visión de poner al frente de esa reforma a un sindicalista desde el ministerio de Trabajo. Cómo hizo para imponerse a las dudas de otros sindicalistas y de la izquierda: muy sencillo, salió a debatir la idea y ganó el debate.

 

¿Serán las PASO 2021 el primer “paso” para debatir una reforma laboral en la Argentina justo en medio de una campaña electoral con muy poco debate y pocas ideas?

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